«Yo no juego con zambos» fueron las palabras que Queca
le dirigió a Roberto –cuando aún se hacía llamar así- y que motivó en él los
profundos cambios que lo llevarían a alejarse de su identidad en el cuento Alienación de Julio Ramón Ribeyro. En
este cuento del genial autor barranquino se narra las peripecias que afrontó el
mencionado zambo Roberto López cuando, motivado por el desplante de la mujer
objeto de sus deseos amorosos, decidió desprenderse de su legado cultural,
lingüístico, su vestimenta y hasta de su nombre (el caribeñísimo nombre de “Roberto”
fue reemplazado por un, más acorde con lo que él quería, hollywoodense Boby)
para parecerse más a aquellos que, él creía, tenían mayores favores de parte
del sexo femenino y, en especial de Queca: los “gringos”. Lamentablemente, su
rápido cambio no generó los resultados que esperaba y no motivó un cambio en la
dirección de los afectos de Queca, los cuales eran recibidos por un irlandés
–un verdadero gringo- de nombre Billy Mulligan. Pero los cambios ya habían
comenzado y aunque había perdido la primera batalla frente a los gringos,
Roberto/Boby no perdería la guerra. Así que,
no contento con el cambio radical que ejerció sobre su persona, decidió
probar suerte e irse al país de sus sueños y de sus tormentos a intentar
conseguir “el sueño americano”. Una vez ahí, dándose cuenta que pintando su
cabello y aprendiendo un sumario repertorio de frases en inglés no era aceptado
en aquella nueva sociedad, se dispone a borrar su nacionalidad. Por ello se
decide a participar de la guerra de
Vietnam vistiendo un uniforme norteamericano, porque así, luego de un año de
defender los valores de los United States
of America, el Gobierno gringo le prometía otorgarle la nacionalidad
norteamericana. Boby vio la oportunidad justa para cumplir su más deseado sueño:
borrar todo indicio de origen peruano en él. Adiós al incaico DNI y hola a la
green card. ¡Pobre Boby! Conoció la muerte antes que el
Tío Sam pueda recibirlo como un autóctono sobrino más. Un entretenido relato de
final trágico que nos presenta una situación bastante cómica.
Sin embargo, ¿qué tanto de real puede tener este
proceso de desentendimiento con lo propio? ¿A cuántos “Robertos López” hemos
vistos representados en algunas de las personas con las que convivimos? ¿Por
qué sucede esto? Y, mucho más importante: ¿Qué puede hacer el Gobierno para
evitar esta falta de apego a la herencia cultural?
El presente ensayo mostrará el proceso mediante el
cual se da el desapego de lo propio siguiendo la ruta que traza Roberto López
en Alienación. Desde la perspectiva
del personaje riberyano podremos observar como sus cambios se ven reflejados y
repetidos en la sociedad peruana contemporánea; además, ensayaremos una posible
razón a este hecho y, a la vez, posibles medidas que se podrían implementar
para detenerlo.
«Pelo planchado y teñido,
blue-jeans y camisa vistosa, Roberto estaba ya a punto de convertirse en Boby.»
En los círculos literarios se cuenta una anécdota
sobre el escritor Abraham Valdelomar: El Conde de Lemos ya era un
reconocidísimo y extravagante personaje de la socialité peruana cuando en 1912
viajó a Roma para ejercer un cargo político por encargo del presidente
Billinghurst. Vestido con un impecable terno negro, camisa blanca, zapatos de
cuero negro bien lustrados y un sombrero bombín sobre la crisma se embarcó en
el Ucayali, barco de vapor que lo
llevaría a Roma. Estuvo residiendo en la capital italiana, aproximadamente,
dieciocho meses, cuando –ante el derrocamiento de Billinghurst por el general
Oscar. R. Benavidez- renuncia a su puesto y decide volver a Perú. Varios de sus
amigos y chismosos se acercaron al puerto de Callao el día que estaba previsto
el arribo de su barco. Esperaron pacientemente hasta que la figura del escritor
iqueño apareció por el estribor del buque. No podían ocultar su sorpresa: del
tradicional guardarropa de Valdelomar (compuesto por prendas negras en su
mayoría) no quedaba nada. Por el contrario, el europeo Valdelomar vestía pantalones de lana grises claro (“casi
plateados”, por los más exagerados), camisa celeste de mangas largas y sin
saco; sus zapatos eran de un material que pronto se harían muy populares en el
Perú, pero que en ese entonces casi nadie utilizaba: charol. Pero ninguno de
estos era la mayor afrenta al vestuario aristocrático común peruano, sino que
la mano con la que saludaba a la multitud estaba cubierta de tela en forma de
guante. Los amigos de Valdelomar creyeron que había perdido la cabeza, creyeron
que luego de poco más de un año en el Viejo Continente se sentía más de allá
que de acá; felizmente para ellos sus temores fueron rápidamente disipados.
Unas pocas palabras con el escritor y todos se dieron cuenta de que lo único
que había cambiado en él, eran las ropas que lo cubrían: Valdelomar seguía
siendo el mismo estrafalario provinciano que había llegado a Lima en busca de
un nombre.
El vestuario que utilizamos nos representa y dice algo
de nosotros a las personas que nos rodea: no tardaríamos en señalar como
alguien precedente de la Sierra si viéramos a una persona que viste polleras,
medias altas o chullos; o en señalar a alguien representando a alguien
precedente de la Selva, si viéramos a alguien vestido con una “cushma” (tela de
una sola pieza que va desde el cuello hasta el talón. Una especie de toga
utilizada por los ashaninkas) y, así mismo, en señalar como alguien precedente
de la Costa a alguien vestido con shorts, polos cortos y lentes de sol.
Acertados o no en nuestras primeras impresiones de las personas, la elección de
la vestimenta que utilizan nos da una impresión acerca de quiénes son, de dónde
provienen, de cómo son y sobre la cultura que tienen. Pero, ¿qué tan importante
es la vestimenta en la expresión de la cultura? Bueno, según la doctora
italiana Marcia Veneziani, la elección de la ropa es muy importante al momento
de expresar nuestra cultura, ya que su elección no se da únicamente por
cuestiones de comodidad o de protección ante el frío, sino que se da también
para expresar ciertas cuestiones: «Nos vestimos por necesidad y también porque
queremos decir algo. No sólo comunicamos con las palabras, también lo hacemos
con nuestra indumentaria. Si afirmamos que la vestimenta es comunicación,
concluiremos que esta también es expresión: que posee sus propios códigos de acuerdo con cada cultura y
que por lo tanto funciona también como transmisora de ideologías.».
Cuando Boby es despreciado por Queca y toma la
decisión de “convertirse en gringo”, comienza su transformación por verse como
ellos. Empieza a cubrir su tez oscura con una sustancia a base de almidón,
polvo de arroz y talco de botica. Aclara el color negro de su cabello con agua
oxigenada y para copiar su forma de vestir empieza a merodear los clubes
sociales donde ellos se reúnen. Su investigación no tarda en dar resultados y
descubre que los gringos visten con blue-jeans, correas anchas con gruesas
hebillas y camisas delgadas a flores o con rayas verticales. Boby invierte todo
el dinero que tiene en cambiar su closet y empieza a vestirse como sus modelos
norteamericanos. Este cambio fue tan profundo y tan arraigado que Boby se negó
a ponerse su mameluco habitual para ir a trabajar por lo que fue despedido: no
le importó.
¿En dónde reside la diferencia entre la adopción del
estilo europeo por parte de Valdelomar y la adopción del estilo norteamericano
por parte de Boby? En que el cambio de Valdelomar fue motivado por una grata
impresión que se llevó del ajuar italiano y tenía como único fin verse
diferente; mientras que el cambio de Boby era motivado no por el deseo de verse
diferente, sino de ser diferente. Mientras que Valdelomar quería cambiar su
forma de vestir sin cambiar la persona que era y que se encontraba dentro de un
entorno que le resultaba agradable; Boby quería cambiar quien y cambiar,
además, el entorno en el que se encontraba. Comenzar a vestirse como un gringo
fue su primer grito de rebeldía frente a una cultura que le resultaba ajena. Él
no quería ser peruano y por lo tanto no quería verse como uno.
Hoy en día no existe mucho oferta de marcas peruanas,
aunque cada cierto tiempo sale alguna imagen (un cuy “rasta”, una llama con
lentes oscuros…) que es reproducida en muchos polos y que son considerados
imágenes de la peruanidad. Estos generalmente son producidos por empresas
extranjeras que -más que promover la cultura y la identidad- buscan llenarse
los bolsillos. Es imposible pensar que todos los peruanos puedan vestirse con
polleras, chullos o cushmas: el diferente clima presente a lo largo del
territorio peruano lo prohíbe. Por lo tanto, en Lima se ve a una gran masa de
gente (adolescentes en su mayoría, aunque también existen los adultos)
vistiendo moda europea y, en mayor medida, moda americana. ¿Es esto un grito de
rebeldía hacia una cultura que no sentimos propia? ¿Es esto una forma de
comunicar a los demás que no deseamos ser reconocidos como peruanos? Pues la
respuesta generalmente es no. Vestirse con marcas americanas no nos lleva a
dejar de ser peruanos o a dejarnos de sentirnos como tales. Simplemente es la
respuesta al estímulo que nos presenta la publicidad y lo que la globalización
trae: así como aquí queremos vestirnos con polos de estampados de frases en
inglés, en Inglaterra una empresa ofrece prendas con estampados de Macchu
Picchu; y no por eso el inglés que vista eso quiera ser más peruano que hijo de
la reina Isabel II. Como bien se menciona en el ensayo de Manuel de Jesús
Salazar Tetzagüic: «Ninguna cultura es una entidad herméticamente cerrada.
Todas las culturas están influidas por otras culturas y a su vez ejercen
influencia sobre estas. Tampoco son inmutables o estáticas, sino que están en
un estado de flujo continuo, impulsadas simultáneamente por fuerzas internas y
externas».
Sería imposible e ilegal denegar el acceso de cultura extranjera en el Perú, lo
que sí debe evitarse es que la adquisición de ropa extranjera por algunas
personas las lleve a mirar por encima del hombro a quien viste trajes
autóctonos. Vistas seda egipcia o lana de alpaca, la sangre de todos los
peruanos sigue siendo roja.
«En la cazuela de los cines
de estreno pasó tardes íntegras viendo en idioma original westerns y
policiales. Las historias le importaban un comino, estaba solo atento a la
manera de hablar de los personajes.»
La Universidad Mayor de San Marcos cuenta con un Centro
de Idiomas que imparte clases en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas en la
Ciudad Universitaria. Se enseñan las lenguas romance (el francés, el italiano y
el portugués), el alemán, el inglés y el quechua. Uno al recorrer las aulas en
horas de clase puede apreciar que por los idiomas europeos, los salones están
casi copando su capacidad siendo el más colmado el salón donde se imparte el
inglés. Imagen distinta ocurre en el que se imparte el quechua, un número de
alumnos que para contarlos sobrarían dedos de una mano reciben clases de un
profesor muy viejo. Alguna vez oí mencionar a una de las secretarias del Centro
de Idiomas que no entendía el por qué seguían impartiendo el curso de quechua
si nadie se matriculaba. Mientras se debate cerrar uno de los pocos cursos de
quechua, el Británico y el Icpna inauguran nuevas sedes cada vez que pueden. La
oferta y la demanda entre el inglés y el quechua son infinitamente diferentes;
el interés de parte de los alumnos por aprender uno de estos idiomas por sobre
el otro, también.
En 1954, la facilidad para acceder a cursos de inglés
no era la conocida hoy en día por lo que Ribeyro tuvo que imaginar otra forma
para que se su personaje aprendiera el idioma anglosajón. Perdido su trabajo,
Boby deseaba encontrar otro. Como quería seguir aprendiendo a ser un gringo
decidió que lo mejor era trabajar para uno: siendo mayordomo, chofer, jardinero
o lo que sea. No importaba de qué, sino para quién. Lamentablemente, Boby podía
haber cambiado su forma de verse y algunos ingenuos gringos podrían confundirlo
con uno de ellos, pero bastaba que Boby hablara e hiciera notar la vibración de
la “r” para que la ilusión que su ropa de marca le brindaba desapareciera.
Comenzó intentando aprender el inglés de un diccionario, aprendió muchas
palabras, pero aun así no sabía pronunciarlas. Necesitaba un profesor, pero no
podía pagar uno. Desesperado, encontró la solución en el cine: el séptimo arte
le permitía poder escuchar de la boca de los vaqueros, detectives secretos y
demás personajes el inglés. Invirtió todo su tiempo libre y el poco dinero que
le quedaba en entradas para el cine; poco le importaba la historia o ver una
película por decimocuarta vez, lo que Boby quería era aprender a hablar como
ellos. Pronto se memorizó algunas frases, algunos discursos y los saludos
básicos. Se acercaba a los gringos e intentaba hablarles en inglés, al
principio no lo entendían y pasaban de él, pero pronto fue perfeccionándose y
ya podía intercambiar unas palabras con ellos. Pronto, Boby había echado el
español de su boca y solo hablaba en inglés; aunque con sus padres utilizaba un
odioso spanglish.
Boby ya había comenzado su alejamiento de lo peruano
cuando decidió cambiar su forma de verse y, ahora, con el aprendizaje y
exclusivo uso de la lengua inglesa establecía un muro idiomático a sus
connacionales. No solo había aprendido el inglés para acercarse a los gringos,
sino que –aún con un deseo superior- lo había hecho para alejarse de lo
peruano.
Creer que todas las personas que llevan cursos de
inglés lo hacen motivados por lo mismo que Boby es algo ridículo. La mayoría de
estas lo hacen por temas laborales, educativos o simplemente por curiosidad,
sin embargo, sí existen el tipo de personas que lo aprenden y utilizan este
conocimiento para presentarse un rótulo de superioridad para con los que no
hablan inglés. Es mucho más fácil escuchar enorgullecerse a alguien de poder
leer The hunger games o Game of thrones en su idioma original
que escuchar a alguien decir que él puede traducir los cantos quechua que
aparecen en algunos de los libros de Arguedas. Y en eso reside lo lamentable
del asunto: un quechua hablante no siente la misma libertad de poder expresarse
en su idioma que sí siente un angloparlante.
Aún más lamentable que esta situación suceda en un
país tan veces mentado como multilingüista como es el Perú. El multilingüismo
es –según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española- la
situación de coexistencia de varias lenguas o idiomas en un territorio nacional
o regional. Hemos de recordar que no solo existen el castellano y el quechua en
el Perú, sino que existen infinidad de lenguas en la Selva peruana que son más
discriminadas y olvidadas que el quechua, tales como: las araunas o las
jibaras.
¿Hace más peruano a uno aprender quechua frente a uno
que aprendió el inglés? No, al igual que con la vestimenta, no te hará más
peruano llamar urpi a una paloma en
lugar de llamarla pigeon. Nuevamente,
el error no reside en como hablemos ni en la forma en que nos vistamos, sino en
la razón por la que lo hacemos. Si podemos ser como las miles de personas que
aprenden inglés día a día y que cuando oyen a alguien hablar en quechua o
aymara no le lanzan miradas despectivas o no contienen sus risas mientras
señalan burlonamente como si estuviera viendo un extraterrestre o algo similar:
eso está tan bien como ser aquella persona que está hablando quechua. La
condenación reside en el desprecio que presuntos peruanos sienten al escuchar
hablar quechua u otro idioma nativo del Perú, sepan hablar o no inglés. “Hablan
como cholos” y “They talk like indians” son
frases igual de despreciables.
«La ciudad los toleraba unos
meses, complacientemente, mientras absorbía sus dólares ahorrados. Luego, como
por un tubo, los dirigía hacia el mecanismo de la expulsión.»
En el primer ensayo de los siete que compendió José
Carlos Mariategui en su famoso libro nos dice que la Conquista supuso un
cataclismo que rompió la identidad del país a causa de la destrucción del
sistema socialista en que se basaba su economía: «Rotos los vínculos de su
unidad, la nación se disolvió en comunidades dispersas.».
Una vez que la identidad autóctona que tenían los incas consigo mismos fue
destruida e intentada de reemplazar por la española, es que la identidad
empieza a convertirse en una deformada combinación de influencias extranjeras.
El Virreynato ayudó a esta malformación, implementando una religión que los
antiguos pobladores del Perú tuvieron que empezar a profesar como suya aun
cuando la sentían lejana. La imposición del catolicismo cambio las formas de
manejar la economía. Todo esto afecto, de manera directa a la sociedad, y, así,
poco a poco, el país fue adoptando costumbres extranjeras. Convivían indios,
españoles, mulatos y criollos que no se sentían identificados unos con otros.
Cada uno de ellos tiraba para su lado, sin importarle el desarrollo del Perú
como país. A mediados del siglo XIX, una embarcación llena de chinos culíes
llega al Perú, y estos se unen al ya muy variado abanico de culturas que
existía en el Perú. La guerra con Chile pareció ser la solución a este mal. Si
algo bueno se puede rescatar de este encuentro bélico fue que por primera vez
en mucho tiempo, los peruanos protestaban, peleaban y morían unos al lado de
otros sin importarles el color de su piel o los rasgos de su rostro. Durante la
guerra, todos empezaron a sentirse identificados como peruanos. Pero, luego de
que la guerra terminó y la victoria chilena se impuso, los peruanos sintieron
que su esfuerzo fue en vano y sintieron que su país no era lo suficientemente
bueno. Con esto, se perdió toda identificación que algún peruano pudiese tener
con su patria. El peruano al sentir que su país no había hecho más que
decepcionarlo empezó a buscar su identidad en otros países que parecían ante él
más desarrollados y más poderosos. La publicidad extranjera hizo lo suyo. El
Perú es bombardeado con imágenes, películas y series de televisión que resaltan
las bondades del modelo americano y europeo, películas donde el rubio, ojos verdes
y angloparlante siempre vence y se queda con la chica. ¿Quién iba a preferir
seguir una cultura de indios ignorantes invadidos por un español, quien incluso
más ignorante que ellos, pudo vencerlos y doblegarlos, cuando podía seguir la
cultura de aquel hombre musculoso que con el uso de una única pistola podía
detener una conspiración mundial? Al igual que muchos otros adolescentes
peruanos, Boby prefería lo segundo…
Una vez que hubo cambiado su apariencia y su lengua, a
Boby solo le quedaba un paso para convertirse en un “gringo” más. Cambiar su
entorno: abandonar el pictórico Perú y encaminarse hacia los Estados Unidos de
Norteamérica. Junto con un amigo empezó a ahorrar dinero para irse al país del
norte como turista y, luego, encontrar ahí algún trabajo o casarse con alguna
gringa que le asegure la rápida adopción de la nacionalidad. Lo que Boby no
previó fue que al igual que él, «todos los López y Cabanillas del mundo,
asiáticos, árabes, aztecas, africanos, ibéricos, mayas, chibchas, siciliano, caribeños,
musulmanes, quechuas, polinesios, esquimales, ejemplares de toda procedencia,
lengua, raza y pigmentación y que tenían solo en común el querer vivir como un
yanqui» y mucho menos pronosticó que el país estaría lleno de Quecas, que al
igual que la versión peruana, lo discriminaría y haría poco más que
intercambiar palabras con él. El zambo maquillado notó que al igual que él, en
Perú, discriminaba a quienes no vestían ropa de marca gringa o no hablaban the universal language; en EE. UU., el
objeto de las miradas despectivas y señalamientos burlones era él.
Boby, en ese momento de su vida, debió preguntarse por
qué había llegado a ese punto. Si Boby se hubiera hecho esa pregunta, se habría
terminado por responder que fue el rechazo de Queca lo que lo impulsó a
convertirse en lo que no era; ese fracaso amoroso lo había llevado a imitar a
alguien que no era por el simple hecho de creer que así le iría mejor. Boby se
hubiera dado cuenta que él no admiraba a los gringos, sino que quería ser
admirado por Queca: si hubiera sido un chino quien hubiera terminado por
enamorar a Queca, Boby habría querido ser un chino; si hubiera sido un charapa
quien hubiera terminado por enamorar a Queca, Boby habría querido ser un
charapa; si hubiera sido un mulato como Roberto quien hubiera terminado por
enamorar a Queca, un chino, un gringo y un charapa despechados habrían querido ser
como Roberto. Boby se habría dado cuenta que un fracaso lo motivó a dejar de
ser quien era. El mismo miedo que motiva a muchos peruanos a abandonar su
identidad y empezar a enmascararla con ropas extranjeras, frases en idiomas
lejanos y con actitudes de desprecio a quienes les recuerdan quienes son y de
donde provienen. El adolescente peruano teme repetir los fracasos que durante
toda la historia su ancestro peruano ha sufrido: fue conquistado y humillado
por españoles, fue vencido y humillado por chilenos y, ahora, es conquistado y
superado por casi todo el mundo; antes de enfrentarse a esta pesada mochila, el
peruano prefiere huir y aparentar ser alguien que no es para elevarse por
encima de quienes no temen afrontar al mundo como lo que son: peruanos. Cuando
una comunidad no se siente orgullosa de donde proviene es cuando empieza a
tratar de cubrir este pasado, si tendríamos en nuestro pasado más victorias que
derrotas, más héroes que cobardes el peruano encontraría un muro en el cual
poder recostarse y desde el cual proclamar su peruanidad.
Lamentablemente, Roberto Lopez nunca se hizo esta
pregunta y nunca claudicó en su intento de ser Boby. Se alistó en el ejército
norteamericano y su cabeza fue cazada por una bala en la Guerra contra Vietnam.
Conclusiones y
recomendaciones
Como hemos mencionado líneas más arriba, el desapego a
lo nuestro nace de la ignorancia de creer que por los errores pasados de
nuestros ancestros estamos condenados a repetirlos. Este sentimiento de fracaso
inminente es lo que nos lleva a despreciar nuestra identidad. Según el profesor
Nonato Rufino Chuquimamani Vater, esto se debe a que «hemos perdido la
autoestima y el reconocimiento de lo nuestro; y nos han hecho creer que
solamente la forma de vivir y de pensar de "los otros" es el modelo a
seguir. Para reconocernos diferentes a "los otros",
"nosotros" tenemos que reconocernos "quienes y como somos"
y reivindicarnos como tales. En otras palabras, tenemos que recuperar la
autoestima y el reconocimiento de lo nuestro como algo muy valioso y a partir
de ello exigir el respeto a nuestras maneras de ser y también respetar las
maneras distintas de ser de los demás.».
Para recuperar esta autoestima es necesario que la educación adquiera un papel
principal como motor de esta restauración de lo autóctono.
En el éxito cinematográfico “Asu mare”, el persona e
de Carlos “Cachín” Alcántara intenta adaptarse a una ciudad globalizada y
alcanzar la tan añorada fama cambiando su forma de ser para buscar parecerse
más al “surfer gringo limeño”: un
proceso similar (aunque no tan exagerado) al que sufre Roberto en el cuento de
Ribeyro. Sin embargo, al igual que con el zambo, estos cambios no ayudan al
personaje de la película a ser famoso, sino que por el contrario lo lleva a
fracasar y caer en un abismo de drogas y dolor. El momento en el cual,
Alcántara empieza a triunfar es cuando él acepta su diversidad. Cachín
comprende que él es diferente a todos los demás, comprende que no puede ser
gringo, pues es limeño. Comprende que no puede ser zambo, porque es limeño.
Comprende que no puede ser charapa, porque es limeño. Él se da cuenta que en
esa variedad que existe dentro del Perú está uno de sus mayores atractivos,
entonces deja de intentar enterrar quien es y se muestra al mundo como es: un
peruano, una mezcla “chusca” de todas las razas que, sin embargo, no la hace
menos que una raza pura (si es que en el mundo de ahora aún existe alguna). Y
es más, en esta mezcolanza es donde se puede encontrar la fuerza del peruano.
En el momento en que Carlos acepta que es diferente, las cosas empiezan a
pintarle mejor.
La mayoría de los peruanos no obtienen una epifanía
mientras observan una nariz roja, por lo que necesitan un poco más de ayuda
para redescubrir y aceptar esta variedad. Este apoyo deben encontrarlo en la
escuela, la cual debe convertirse en un centro productor de cultura y de
identidad cultural. Desde la educación inicial, se les debe enseñar a los niños
que a lo largo de su vida se encontrarán con gente con rasgos diferentes a ellos
y que la presencia de alguno de ellos no los hace mejor ni peor que ningún
otro. Debe enseñárseles, también, que sí: somos de un país conquistado
torpemente, un país que ha perdido todas las guerras en las que ha participado
y que sí, somos un país muy atrasado respecto a otros, hoy en día; pero que
todo esto no ha impedido a innumerables peruanos triunfar a nivel interno y a
nivel internacional. Además, hacer hincapié en que triunfaron sin necesidad de
esconder que provenían de un país donde se come cuy y chacta coca, sino que,
por el contrario, se enorgullecieron de eso y lo usaron para salir adelante.
Hacerles olvidar, a los niños, el derrotismo peruano; que entiendan que si una
persona de un color más claro te ganó a la chica o te ganó el puesto de trabajo,
no fue por el color de su piel, sino que él estaba más preparado para el
trabajo o se esforzó más para conquistar a la chica. Que no sean Robertos López
que a la primera derrota, decidan olvidar quienes son y quieran convertirse en
alguien más, sino que la próxima vez venzan sin importar el color de la piel de
su contrincante. La escuela no solo debe formar a un niño en matemáticas,
ciencias y moral, sino, también, debe ayudarlo a formar su identidad cultural.
Felizmente, la educación estatal en Perú está muy
difundida. Se apoya a los pueblos indígenas con cátedras en sus idiomas nativos
por lo que es muy accesible para ellos participar de estas clases. La
inclusividad de la educación en el Perú no está puesta en duda, es su calidad y
los objetivos que persigue la que debería mejorar, así se evitarían más
personas que « a pesar de ser zambo y de llamarse López, quería parecerse cada
vez menos a un zaguero de Alianza Lima y cada vez más a un rubio de Filadelfia.»
Bibliografía
-MARIÁTEGUI, José Carlos. “7 Ensayos de interpretación
de la realidad peruana”. Lima.