martes, 30 de julio de 2013

De Roberto a Boby: la universalización del desprendimiento de la identidad cultural en un personaje de Ribeyro



«Yo no juego con zambos» fueron las palabras que Queca le dirigió a Roberto –cuando aún se hacía llamar así- y que motivó en él los profundos cambios que lo llevarían a alejarse de su identidad en el cuento Alienación de Julio Ramón Ribeyro. En este cuento del genial autor barranquino se narra las peripecias que afrontó el mencionado zambo Roberto López cuando, motivado por el desplante de la mujer objeto de sus deseos amorosos, decidió desprenderse de su legado cultural, lingüístico, su vestimenta y hasta de su nombre (el caribeñísimo nombre de “Roberto” fue reemplazado por un, más acorde con lo que él quería, hollywoodense Boby) para parecerse más a aquellos que, él creía, tenían mayores favores de parte del sexo femenino y, en especial de Queca: los “gringos”. Lamentablemente, su rápido cambio no generó los resultados que esperaba y no motivó un cambio en la dirección de los afectos de Queca, los cuales eran recibidos por un irlandés –un verdadero gringo- de nombre Billy Mulligan. Pero los cambios ya habían comenzado y aunque había perdido la primera batalla frente a los gringos, Roberto/Boby no perdería la guerra. Así que,  no contento con el cambio radical que ejerció sobre su persona, decidió probar suerte e irse al país de sus sueños y de sus tormentos a intentar conseguir “el sueño americano”. Una vez ahí, dándose cuenta que pintando su cabello y aprendiendo un sumario repertorio de frases en inglés no era aceptado en aquella nueva sociedad, se dispone a borrar su nacionalidad. Por ello se decide a  participar de la guerra de Vietnam vistiendo un uniforme norteamericano, porque así, luego de un año de defender los valores de los United States of America, el Gobierno gringo le prometía otorgarle la nacionalidad norteamericana. Boby vio la oportunidad justa para cumplir su más deseado sueño: borrar todo indicio de origen peruano en él. Adiós al incaico DNI y hola a la green card.   ¡Pobre Boby! Conoció la muerte antes que el Tío Sam pueda recibirlo como un autóctono sobrino más. Un entretenido relato de final trágico que nos presenta una situación bastante cómica.
Sin embargo, ¿qué tanto de real puede tener este proceso de desentendimiento con lo propio? ¿A cuántos “Robertos López” hemos vistos representados en algunas de las personas con las que convivimos? ¿Por qué sucede esto? Y, mucho más importante: ¿Qué puede hacer el Gobierno para evitar esta falta de apego a la herencia cultural?
El presente ensayo mostrará el proceso mediante el cual se da el desapego de lo propio siguiendo la ruta que traza Roberto López en Alienación. Desde la perspectiva del personaje riberyano podremos observar como sus cambios se ven reflejados y repetidos en la sociedad peruana contemporánea; además, ensayaremos una posible razón a este hecho y, a la vez, posibles medidas que se podrían implementar para detenerlo.


«Pelo planchado y teñido, blue-jeans y camisa vistosa, Roberto estaba ya a punto de convertirse en Boby.»[1]
En los círculos literarios se cuenta una anécdota sobre el escritor Abraham Valdelomar: El Conde de Lemos ya era un reconocidísimo y extravagante personaje de la socialité peruana cuando en 1912 viajó a Roma para ejercer un cargo político por encargo del presidente Billinghurst. Vestido con un impecable terno negro, camisa blanca, zapatos de cuero negro bien lustrados y un sombrero bombín sobre la crisma se embarcó en el Ucayali, barco de vapor que lo llevaría a Roma. Estuvo residiendo en la capital italiana, aproximadamente, dieciocho meses, cuando –ante el derrocamiento de Billinghurst por el general Oscar. R. Benavidez- renuncia a su puesto y decide volver a Perú. Varios de sus amigos y chismosos se acercaron al puerto de Callao el día que estaba previsto el arribo de su barco. Esperaron pacientemente hasta que la figura del escritor iqueño apareció por el estribor del buque. No podían ocultar su sorpresa: del tradicional guardarropa de Valdelomar (compuesto por prendas negras en su mayoría) no quedaba nada. Por el contrario, el europeo Valdelomar vestía pantalones de lana grises claro (“casi plateados”, por los más exagerados), camisa celeste de mangas largas y sin saco; sus zapatos eran de un material que pronto se harían muy populares en el Perú, pero que en ese entonces casi nadie utilizaba: charol. Pero ninguno de estos era la mayor afrenta al vestuario aristocrático común peruano, sino que la mano con la que saludaba a la multitud estaba cubierta de tela en forma de guante. Los amigos de Valdelomar creyeron que había perdido la cabeza, creyeron que luego de poco más de un año en el Viejo Continente se sentía más de allá que de acá; felizmente para ellos sus temores fueron rápidamente disipados. Unas pocas palabras con el escritor y todos se dieron cuenta de que lo único que había cambiado en él, eran las ropas que lo cubrían: Valdelomar seguía siendo el mismo estrafalario provinciano que había llegado a Lima en busca de un nombre.
El vestuario que utilizamos nos representa y dice algo de nosotros a las personas que nos rodea: no tardaríamos en señalar como alguien precedente de la Sierra si viéramos a una persona que viste polleras, medias altas o chullos; o en señalar a alguien representando a alguien precedente de la Selva, si viéramos a alguien vestido con una “cushma” (tela de una sola pieza que va desde el cuello hasta el talón. Una especie de toga utilizada por los ashaninkas) y, así mismo, en señalar como alguien precedente de la Costa a alguien vestido con shorts, polos cortos y lentes de sol. Acertados o no en nuestras primeras impresiones de las personas, la elección de la vestimenta que utilizan nos da una impresión acerca de quiénes son, de dónde provienen, de cómo son y sobre la cultura que tienen. Pero, ¿qué tan importante es la vestimenta en la expresión de la cultura? Bueno, según la doctora italiana Marcia Veneziani, la elección de la ropa es muy importante al momento de expresar nuestra cultura, ya que su elección no se da únicamente por cuestiones de comodidad o de protección ante el frío, sino que se da también para expresar ciertas cuestiones: «Nos vestimos por necesidad y también porque queremos decir algo. No sólo comunicamos con las palabras, también lo hacemos con nuestra indumentaria. Si afirmamos que la vestimenta es comunicación, concluiremos que esta también es expresión: que posee sus propios códigos de acuerdo con cada cultura[2] y que por lo tanto funciona también como transmisora de ideologías.»[3].
Cuando Boby es despreciado por Queca y toma la decisión de “convertirse en gringo”, comienza su transformación por verse como ellos. Empieza a cubrir su tez oscura con una sustancia a base de almidón, polvo de arroz y talco de botica. Aclara el color negro de su cabello con agua oxigenada y para copiar su forma de vestir empieza a merodear los clubes sociales donde ellos se reúnen. Su investigación no tarda en dar resultados y descubre que los gringos visten con blue-jeans, correas anchas con gruesas hebillas y camisas delgadas a flores o con rayas verticales. Boby invierte todo el dinero que tiene en cambiar su closet y empieza a vestirse como sus modelos norteamericanos. Este cambio fue tan profundo y tan arraigado que Boby se negó a ponerse su mameluco habitual para ir a trabajar por lo que fue despedido: no le importó.
¿En dónde reside la diferencia entre la adopción del estilo europeo por parte de Valdelomar y la adopción del estilo norteamericano por parte de Boby? En que el cambio de Valdelomar fue motivado por una grata impresión que se llevó del ajuar italiano y tenía como único fin verse diferente; mientras que el cambio de Boby era motivado no por el deseo de verse diferente, sino de ser diferente. Mientras que Valdelomar quería cambiar su forma de vestir sin cambiar la persona que era y que se encontraba dentro de un entorno que le resultaba agradable; Boby quería cambiar quien y cambiar, además, el entorno en el que se encontraba. Comenzar a vestirse como un gringo fue su primer grito de rebeldía frente a una cultura que le resultaba ajena. Él no quería ser peruano y por lo tanto no quería verse como uno.
Hoy en día no existe mucho oferta de marcas peruanas, aunque cada cierto tiempo sale alguna imagen (un cuy “rasta”, una llama con lentes oscuros…) que es reproducida en muchos polos y que son considerados imágenes de la peruanidad. Estos generalmente son producidos por empresas extranjeras que -más que promover la cultura y la identidad- buscan llenarse los bolsillos. Es imposible pensar que todos los peruanos puedan vestirse con polleras, chullos o cushmas: el diferente clima presente a lo largo del territorio peruano lo prohíbe. Por lo tanto, en Lima se ve a una gran masa de gente (adolescentes en su mayoría, aunque también existen los adultos) vistiendo moda europea y, en mayor medida, moda americana. ¿Es esto un grito de rebeldía hacia una cultura que no sentimos propia? ¿Es esto una forma de comunicar a los demás que no deseamos ser reconocidos como peruanos? Pues la respuesta generalmente es no. Vestirse con marcas americanas no nos lleva a dejar de ser peruanos o a dejarnos de sentirnos como tales. Simplemente es la respuesta al estímulo que nos presenta la publicidad y lo que la globalización trae: así como aquí queremos vestirnos con polos de estampados de frases en inglés, en Inglaterra una empresa ofrece prendas con estampados de Macchu Picchu; y no por eso el inglés que vista eso quiera ser más peruano que hijo de la reina Isabel II. Como bien se menciona en el ensayo de Manuel de Jesús Salazar Tetzagüic: «Ninguna cultura es una entidad herméticamente cerrada. Todas las culturas están influidas por otras culturas y a su vez ejercen influencia sobre estas. Tampoco son inmutables o estáticas, sino que están en un estado de flujo continuo, impulsadas simultáneamente por fuerzas internas y externas»[4]. Sería imposible e ilegal denegar el acceso de cultura extranjera en el Perú, lo que sí debe evitarse es que la adquisición de ropa extranjera por algunas personas las lleve a mirar por encima del hombro a quien viste trajes autóctonos. Vistas seda egipcia o lana de alpaca, la sangre de todos los peruanos sigue siendo roja.

«En la cazuela de los cines de estreno pasó tardes íntegras viendo en idioma original westerns y policiales. Las historias le importaban un comino, estaba solo atento a la manera de hablar de los personajes.»[5]
La Universidad Mayor de San Marcos cuenta con un Centro de Idiomas que imparte clases en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas en la Ciudad Universitaria. Se enseñan las lenguas romance (el francés, el italiano y el portugués), el alemán, el inglés y el quechua. Uno al recorrer las aulas en horas de clase puede apreciar que por los idiomas europeos, los salones están casi copando su capacidad siendo el más colmado el salón donde se imparte el inglés. Imagen distinta ocurre en el que se imparte el quechua, un número de alumnos que para contarlos sobrarían dedos de una mano reciben clases de un profesor muy viejo. Alguna vez oí mencionar a una de las secretarias del Centro de Idiomas que no entendía el por qué seguían impartiendo el curso de quechua si nadie se matriculaba. Mientras se debate cerrar uno de los pocos cursos de quechua, el Británico y el Icpna inauguran nuevas sedes cada vez que pueden. La oferta y la demanda entre el inglés y el quechua son infinitamente diferentes; el interés de parte de los alumnos por aprender uno de estos idiomas por sobre el otro, también.
En 1954, la facilidad para acceder a cursos de inglés no era la conocida hoy en día por lo que Ribeyro tuvo que imaginar otra forma para que se su personaje aprendiera el idioma anglosajón. Perdido su trabajo, Boby deseaba encontrar otro. Como quería seguir aprendiendo a ser un gringo decidió que lo mejor era trabajar para uno: siendo mayordomo, chofer, jardinero o lo que sea. No importaba de qué, sino para quién. Lamentablemente, Boby podía haber cambiado su forma de verse y algunos ingenuos gringos podrían confundirlo con uno de ellos, pero bastaba que Boby hablara e hiciera notar la vibración de la “r” para que la ilusión que su ropa de marca le brindaba desapareciera. Comenzó intentando aprender el inglés de un diccionario, aprendió muchas palabras, pero aun así no sabía pronunciarlas. Necesitaba un profesor, pero no podía pagar uno. Desesperado, encontró la solución en el cine: el séptimo arte le permitía poder escuchar de la boca de los vaqueros, detectives secretos y demás personajes el inglés. Invirtió todo su tiempo libre y el poco dinero que le quedaba en entradas para el cine; poco le importaba la historia o ver una película por decimocuarta vez, lo que Boby quería era aprender a hablar como ellos. Pronto se memorizó algunas frases, algunos discursos y los saludos básicos. Se acercaba a los gringos e intentaba hablarles en inglés, al principio no lo entendían y pasaban de él, pero pronto fue perfeccionándose y ya podía intercambiar unas palabras con ellos. Pronto, Boby había echado el español de su boca y solo hablaba en inglés; aunque con sus padres utilizaba un odioso spanglish.
Boby ya había comenzado su alejamiento de lo peruano cuando decidió cambiar su forma de verse y, ahora, con el aprendizaje y exclusivo uso de la lengua inglesa establecía un muro idiomático a sus connacionales. No solo había aprendido el inglés para acercarse a los gringos, sino que –aún con un deseo superior- lo había hecho para alejarse de lo peruano.
Creer que todas las personas que llevan cursos de inglés lo hacen motivados por lo mismo que Boby es algo ridículo. La mayoría de estas lo hacen por temas laborales, educativos o simplemente por curiosidad, sin embargo, sí existen el tipo de personas que lo aprenden y utilizan este conocimiento para presentarse un rótulo de superioridad para con los que no hablan inglés. Es mucho más fácil escuchar enorgullecerse a alguien de poder leer The hunger games o Game of thrones en su idioma original que escuchar a alguien decir que él puede traducir los cantos quechua que aparecen en algunos de los libros de Arguedas. Y en eso reside lo lamentable del asunto: un quechua hablante no siente la misma libertad de poder expresarse en su idioma que sí siente un angloparlante.
Aún más lamentable que esta situación suceda en un país tan veces mentado como multilingüista como es el Perú. El multilingüismo es –según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española- la situación de coexistencia de varias lenguas o idiomas en un territorio nacional o regional. Hemos de recordar que no solo existen el castellano y el quechua en el Perú, sino que existen infinidad de lenguas en la Selva peruana que son más discriminadas y olvidadas que el quechua, tales como: las araunas o las jibaras.
¿Hace más peruano a uno aprender quechua frente a uno que aprendió el inglés? No, al igual que con la vestimenta, no te hará más peruano llamar urpi a una paloma en lugar de llamarla pigeon. Nuevamente, el error no reside en como hablemos ni en la forma en que nos vistamos, sino en la razón por la que lo hacemos. Si podemos ser como las miles de personas que aprenden inglés día a día y que cuando oyen a alguien hablar en quechua o aymara no le lanzan miradas despectivas o no contienen sus risas mientras señalan burlonamente como si estuviera viendo un extraterrestre o algo similar: eso está tan bien como ser aquella persona que está hablando quechua. La condenación reside en el desprecio que presuntos peruanos sienten al escuchar hablar quechua u otro idioma nativo del Perú, sepan hablar o no inglés. “Hablan como cholos” y “They talk like indians” son frases igual de despreciables.

«La ciudad los toleraba unos meses, complacientemente, mientras absorbía sus dólares ahorrados. Luego, como por un tubo, los dirigía hacia el mecanismo de la expulsión.»
En el primer ensayo de los siete que compendió José Carlos Mariategui en su famoso libro nos dice que la Conquista supuso un cataclismo que rompió la identidad del país a causa de la destrucción del sistema socialista en que se basaba su economía: «Rotos los vínculos de su unidad, la nación se disolvió en comunidades dispersas.»[6]. Una vez que la identidad autóctona que tenían los incas consigo mismos fue destruida e intentada de reemplazar por la española, es que la identidad empieza a convertirse en una deformada combinación de influencias extranjeras. El Virreynato ayudó a esta malformación, implementando una religión que los antiguos pobladores del Perú tuvieron que empezar a profesar como suya aun cuando la sentían lejana. La imposición del catolicismo cambio las formas de manejar la economía. Todo esto afecto, de manera directa a la sociedad, y, así, poco a poco, el país fue adoptando costumbres extranjeras. Convivían indios, españoles, mulatos y criollos que no se sentían identificados unos con otros. Cada uno de ellos tiraba para su lado, sin importarle el desarrollo del Perú como país. A mediados del siglo XIX, una embarcación llena de chinos culíes llega al Perú, y estos se unen al ya muy variado abanico de culturas que existía en el Perú. La guerra con Chile pareció ser la solución a este mal. Si algo bueno se puede rescatar de este encuentro bélico fue que por primera vez en mucho tiempo, los peruanos protestaban, peleaban y morían unos al lado de otros sin importarles el color de su piel o los rasgos de su rostro. Durante la guerra, todos empezaron a sentirse identificados como peruanos. Pero, luego de que la guerra terminó y la victoria chilena se impuso, los peruanos sintieron que su esfuerzo fue en vano y sintieron que su país no era lo suficientemente bueno. Con esto, se perdió toda identificación que algún peruano pudiese tener con su patria. El peruano al sentir que su país no había hecho más que decepcionarlo empezó a buscar su identidad en otros países que parecían ante él más desarrollados y más poderosos. La publicidad extranjera hizo lo suyo. El Perú es bombardeado con imágenes, películas y series de televisión que resaltan las bondades del modelo americano y europeo, películas donde el rubio, ojos verdes y angloparlante siempre vence y se queda con la chica. ¿Quién iba a preferir seguir una cultura de indios ignorantes invadidos por un español, quien incluso más ignorante que ellos, pudo vencerlos y doblegarlos, cuando podía seguir la cultura de aquel hombre musculoso que con el uso de una única pistola podía detener una conspiración mundial? Al igual que muchos otros adolescentes peruanos, Boby prefería lo segundo…
Una vez que hubo cambiado su apariencia y su lengua, a Boby solo le quedaba un paso para convertirse en un “gringo” más. Cambiar su entorno: abandonar el pictórico Perú y encaminarse hacia los Estados Unidos de Norteamérica. Junto con un amigo empezó a ahorrar dinero para irse al país del norte como turista y, luego, encontrar ahí algún trabajo o casarse con alguna gringa que le asegure la rápida adopción de la nacionalidad. Lo que Boby no previó fue que al igual que él, «todos los López y Cabanillas del mundo, asiáticos, árabes, aztecas, africanos, ibéricos, mayas, chibchas, siciliano, caribeños, musulmanes, quechuas, polinesios, esquimales, ejemplares de toda procedencia, lengua, raza y pigmentación y que tenían solo en común el querer vivir como un yanqui» y mucho menos pronosticó que el país estaría lleno de Quecas, que al igual que la versión peruana, lo discriminaría y haría poco más que intercambiar palabras con él. El zambo maquillado notó que al igual que él, en Perú, discriminaba a quienes no vestían ropa de marca gringa o no hablaban the universal language; en EE. UU., el objeto de las miradas despectivas y señalamientos burlones era él.
Boby, en ese momento de su vida, debió preguntarse por qué había llegado a ese punto. Si Boby se hubiera hecho esa pregunta, se habría terminado por responder que fue el rechazo de Queca lo que lo impulsó a convertirse en lo que no era; ese fracaso amoroso lo había llevado a imitar a alguien que no era por el simple hecho de creer que así le iría mejor. Boby se hubiera dado cuenta que él no admiraba a los gringos, sino que quería ser admirado por Queca: si hubiera sido un chino quien hubiera terminado por enamorar a Queca, Boby habría querido ser un chino; si hubiera sido un charapa quien hubiera terminado por enamorar a Queca, Boby habría querido ser un charapa; si hubiera sido un mulato como Roberto quien hubiera terminado por enamorar a Queca, un chino, un gringo y un charapa despechados habrían querido ser como Roberto. Boby se habría dado cuenta que un fracaso lo motivó a dejar de ser quien era. El mismo miedo que motiva a muchos peruanos a abandonar su identidad y empezar a enmascararla con ropas extranjeras, frases en idiomas lejanos y con actitudes de desprecio a quienes les recuerdan quienes son y de donde provienen. El adolescente peruano teme repetir los fracasos que durante toda la historia su ancestro peruano ha sufrido: fue conquistado y humillado por españoles, fue vencido y humillado por chilenos y, ahora, es conquistado y superado por casi todo el mundo; antes de enfrentarse a esta pesada mochila, el peruano prefiere huir y aparentar ser alguien que no es para elevarse por encima de quienes no temen afrontar al mundo como lo que son: peruanos. Cuando una comunidad no se siente orgullosa de donde proviene es cuando empieza a tratar de cubrir este pasado, si tendríamos en nuestro pasado más victorias que derrotas, más héroes que cobardes el peruano encontraría un muro en el cual poder recostarse y desde el cual proclamar su peruanidad.
Lamentablemente, Roberto Lopez nunca se hizo esta pregunta y nunca claudicó en su intento de ser Boby. Se alistó en el ejército norteamericano y su cabeza fue cazada por una bala en la Guerra contra Vietnam.

Conclusiones y recomendaciones
Como hemos mencionado líneas más arriba, el desapego a lo nuestro nace de la ignorancia de creer que por los errores pasados de nuestros ancestros estamos condenados a repetirlos. Este sentimiento de fracaso inminente es lo que nos lleva a despreciar nuestra identidad. Según el profesor Nonato Rufino Chuquimamani Vater, esto se debe a que «hemos perdido la autoestima y el reconocimiento de lo nuestro; y nos han hecho creer que solamente la forma de vivir y de pensar de "los otros" es el modelo a seguir. Para reconocernos diferentes a "los otros", "nosotros" tenemos que reconocernos "quienes y como somos" y reivindicarnos como tales. En otras palabras, tenemos que recuperar la autoestima y el reconocimiento de lo nuestro como algo muy valioso y a partir de ello exigir el respeto a nuestras maneras de ser y también respetar las maneras distintas de ser de los demás.»[7]. Para recuperar esta autoestima es necesario que la educación adquiera un papel principal como motor de esta restauración de lo autóctono.
En el éxito cinematográfico “Asu mare”, el persona e de Carlos “Cachín” Alcántara intenta adaptarse a una ciudad globalizada y alcanzar la tan añorada fama cambiando su forma de ser para buscar parecerse más al “surfer gringo limeño”: un proceso similar (aunque no tan exagerado) al que sufre Roberto en el cuento de Ribeyro. Sin embargo, al igual que con el zambo, estos cambios no ayudan al personaje de la película a ser famoso, sino que por el contrario lo lleva a fracasar y caer en un abismo de drogas y dolor. El momento en el cual, Alcántara empieza a triunfar es cuando él acepta su diversidad. Cachín comprende que él es diferente a todos los demás, comprende que no puede ser gringo, pues es limeño. Comprende que no puede ser zambo, porque es limeño. Comprende que no puede ser charapa, porque es limeño. Él se da cuenta que en esa variedad que existe dentro del Perú está uno de sus mayores atractivos, entonces deja de intentar enterrar quien es y se muestra al mundo como es: un peruano, una mezcla “chusca” de todas las razas que, sin embargo, no la hace menos que una raza pura (si es que en el mundo de ahora aún existe alguna). Y es más, en esta mezcolanza es donde se puede encontrar la fuerza del peruano. En el momento en que Carlos acepta que es diferente, las cosas empiezan a pintarle mejor.
La mayoría de los peruanos no obtienen una epifanía mientras observan una nariz roja, por lo que necesitan un poco más de ayuda para redescubrir y aceptar esta variedad. Este apoyo deben encontrarlo en la escuela, la cual debe convertirse en un centro productor de cultura y de identidad cultural. Desde la educación inicial, se les debe enseñar a los niños que a lo largo de su vida se encontrarán con gente con rasgos diferentes a ellos y que la presencia de alguno de ellos no los hace mejor ni peor que ningún otro. Debe enseñárseles, también, que sí: somos de un país conquistado torpemente, un país que ha perdido todas las guerras en las que ha participado y que sí, somos un país muy atrasado respecto a otros, hoy en día; pero que todo esto no ha impedido a innumerables peruanos triunfar a nivel interno y a nivel internacional. Además, hacer hincapié en que triunfaron sin necesidad de esconder que provenían de un país donde se come cuy y chacta coca, sino que, por el contrario, se enorgullecieron de eso y lo usaron para salir adelante. Hacerles olvidar, a los niños, el derrotismo peruano; que entiendan que si una persona de un color más claro te ganó a la chica o te ganó el puesto de trabajo, no fue por el color de su piel, sino que él estaba más preparado para el trabajo o se esforzó más para conquistar a la chica. Que no sean Robertos López que a la primera derrota, decidan olvidar quienes son y quieran convertirse en alguien más, sino que la próxima vez venzan sin importar el color de la piel de su contrincante. La escuela no solo debe formar a un niño en matemáticas, ciencias y moral, sino, también, debe ayudarlo a formar su identidad cultural.
Felizmente, la educación estatal en Perú está muy difundida. Se apoya a los pueblos indígenas con cátedras en sus idiomas nativos por lo que es muy accesible para ellos participar de estas clases. La inclusividad de la educación en el Perú no está puesta en duda, es su calidad y los objetivos que persigue la que debería mejorar, así se evitarían más personas que « a pesar de ser zambo y de llamarse López, quería parecerse cada vez menos a un zaguero de Alianza Lima y cada vez más a un rubio de Filadelfia.»[8]


Bibliografía

-CHUQIMAMANI Vater, Nonato Rufino. “El problema de la identidad, problema de la interculturalidad». http://interculturalidad.org/numero04/docs/0206-Problema_de_identidad,_problema_de_Interculturalidad-Chuquimamani,Nonato.pdf

-MARIÁTEGUI, José Carlos. “7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana”. Lima.



-SALAZAR  Tetzagüic, Manuel de Jesús. “Multiculturalidad e intercambio en el ámbito educativo: Experiencias de países latinoamericanos” San José, C.R.

-VENEZIANA, Marcia. “La vestimenta como emergente cultural. De la era industrial a la era del conocimiento” http://fido.palermo.edu/servicios_dyc/publicacionesdc/vista/detalle_articulo.php?id_articulo=5815&id_libro=15



[1] “Alienación” Julio Ramón Ribeyro. Pág. 3. http://es.scribd.com/doc/6474875/Alienacion-Julio-Ramon-Ribeyro
[2] El resaltado es propio
[3] “La vestimenta como emergente cultural. De la era industrial a la era del conocimiento”. Marcia Veneziani. Italia. Pág. 1
[4] “Multiculturalidad e intercambio en el ámbito educativo: Experiencias de países latinoamericanos” Manuel de Jesús Salazar Tetzagüic. San José, C.R. Pág. 15
[5] “Alienación” Julio Ramón Ribeyro. Pág. 4. http://es.scribd.com/doc/6474875/Alienacion-Julio-Ramon-Ribeyro
[6]  “7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana” José Carlos Mariátegui. Lima. Pág. 15.
[7] “El problema de la identidad, problema de la interculturalidad» Nonato Rufino Chuquimamani Vater. http://interculturalidad.org/numero04/docs/0206-Problema_de_identidad,_problema_de_Interculturalidad-Chuquimamani,Nonato.pdf
[8] “Alienación” Julio Ramón Ribeyro. Pág. 1. http://es.scribd.com/doc/6474875/Alienacion-Julio-Ramon-Ribeyro

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